martes, 11 de junio de 2013

Los problemas no son tan fieros como los pintan (a veces)

Creo que hoy me toca reflexionar sobre la forma en la que nos enfrentamos a la gran mayoría de nuestros problemas y la escala con la que los medimos.

Y creo que me toca reflexionar porque en estos momentos de mi vida quisiera ponerme a protestar pero mejor me callo, porque no tengo una vida tan complicada ni una situación tan desesperante como para que se me nuble el juicio. Todos los problemas de la vida son cuantificables, pero estamos demasiado acostumbrados a tomar como normal nuestra situación, y así comparamos y medimos nuestros problemas según nuestro propio entorno y nuestra propia cotidianeidad. Así nos va.

Me gustaría enfocar esta reflexión desde dos perspectivas. Una desde la falta de práctica que las personas muestran a la hora de valorar una situación, la cual, como decía, usa como referencia constante la cotidianeidad más inmediata, y la otra desde la fea costumbre que tienen las personas de esperar algo de los demás. No es extraño ver cómo algunas llegan a ofenderse cuando no obtienen lo esperado.

En la mayoría de los casos, esta primera forma de valorar los problemas (costumbrista) puede resultar satisfactoria porque contextualiza perfectamente el problema y sus posibles consecuencias en un espacio-tiempo que nos es conocido. El "no pensar en exceso" es un recurso muy rápido para solucionar problemas. Tenemos una pequeña angustia a causa de un problema, contextualizamos, observamos las soluciones posibles desde nuestro propio entorno y decidimos. Rápido e, incluso, eficaz. Nuestro cerebro (leí una vez) también busca el ahorro de energía como forma natural de subsistencia, y las preocupaciones largas consumen recursos en exceso. Así que el cerebro, grosso modo, piensa por nosotros, nos da una solución rápida y, a priori, eficiente. Nos evita enfrascarnos en la búsqueda de otras referencias para poder resolver el problema que se nos plantea lo más rápido posible.

La segunda tiene que ver con la primera, en tanto en cuanto también esperas un resultado homólogo a como tú te comportarías con tu entorno social, por lo que, desafortunadamente, esperas de éste el mismo tipo de reacción que tú tendrías. Aunque parezca egoísta, no lo es, pues presupones que tú sí harías algo por tu entorno social (incluso puede que ya lo hayas hecho) y esperas reciprocidad en los comportamientos (eso te dice el sentido común).

En ambos casos, una lástima, pues el ser humano se deja llevar por estas conductas livianas de comportamiento que, si bien pueden llevarnos horas de reflexión y hasta agotarnos intelectual o físicamente, llegado el caso, no producen los resultados óptimos esperados (en muchas ocasiones), y sin embargo el fracaso (entendido como la no consecución de aquello que pensábamos que iba a pasar) puede llegar a frustrarnos, síntoma inequívoco, de nuevo, de este costumbrismo que señalo. Creo que todos hemos pasado por pensar que el mundo está en nuestra contra y aquella o ésta persona no está ayudando a mi problema como yo les ayudaría a ellos.

Bueno, pues de repente me veo en esta situación y en esta reflexión, donde parece que tengo un problema en el cual, de forma automática, trato de encontrar solución desde estas dos perspectivas. Resulta que si pienso en la magnitud del problema, éste no es tan grande ni tan pequeño. Simplemente es un problema localizado en un tiempo muy concreto y con solución a muy corto plazo, solo que requiere de una anticipación al mismo por diversas circunstancias. Cuando te pones a pensar en la magnitud del problema, inconscientemente estás comparándolo con las situaciones de las personas que tienes en tu entorno más cercano o, de una forma mucho más general, con tu cotidianeidad, con los problemas que supones que puede acarrear tener este problema en tu entorno, las soluciones que requiere (también supuestas en el mismo entorno) y la disponibilidad que tienes para dar esta o aquella solución. El mero hecho de no poder satisfacer estas soluciones es ya un motivo de intranquilidad. Es por eso que los problemas deben ser descontextualizados y llevados a otros planos, a otras situaciones y, sobre todo, siempre leidos con transparencia y sinceridad desde uno mismo. Sincero contigo y sincero con los demás. No se puede dar nada por supuesto ni tampoco se puede pensar que la no consecución de la resolución es un fracaso, pues lo más problable es que sea un éxito, pero en otro grado. Las soluciones a los problemas no tienen por qué ser inmediatas ni deben satisfacer a tu entorno. Tampoco deben causar malestar ni conseguir el objetivo y mucho menos deben causar malestar las reacciones de nuestro círculo social, siempre que las situaciones y las formas de proceder se expliquen de manera pormenorizada (si llegara el caso) y se actúe sin mala fe, empáticamente, desde el respeto, etc.